GUILLERMO DE OCKHAM I
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pedro
Muy buenas tardes. Son las … Comenzamos otro programa de el filósofo en la historia
Nuestro encuentro de cada viernes con las grandes figuras de la sabiduría a lo largo de la historia.
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Pedro
Para guiarnos en esta visita a los monumentos de nuestra civilización contamos hoy con
José María Enríquez…..(buenas tardes, Chema)
Moisés Pérez Marcos…. (buenas tardes, Moisés)
En la locución…………………………………………….. (buenas tardes)
en el control, Mercedes Marco.
Les habla: Pedro Herráiz
Gracias, siempre, a la Asociación Aula Pública, que nos cede este espacio, a Radio Laguna.
Ya sabéis que vuestras observaciones, sugerencias o preguntas, podéis hacerlas en el blog del programa http://elfilosofoenlahistoria.blogspot.com/
y que los programas también podéis encontrarlos en la página: http://www.apoyoenlared.org/
Vamos, ya , a comenzar –continuar- nuestro recorrido por el mundo y el pensamiento de: GUILLERMO DE OCKHAM
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[El Nominalismo y la ciencia del siglo XIV]
El siglo XIV fue un período caracterizado por una seria crisis, manifestada en la secularización del sistema político europeo.
Las nacionalidades que surgen ponen en duda el poder del Papa esto dará lugar a conflictos destacados como los sucedidos entre Felipe IV con Bonifacio VIII y Juan XXII con Luis de Baviera. Es también característico de este período la proliferación de nuevas universidades, con una mayor afluencia de estudiantes que provienen de la clase burguesa y no sólo de la clase noble.
Juan Duns Scoto y Guillermo de Ockham son las dos figuras más destacadas de la época. Ellos realizarán una severa crítica del camino de la filosofía emprendido hasta su tiempo. Los dos eran ingleses y estaban influidos por el empirismo de Roger Bacon Además, los dos pertenecían a la orden de los mendicantes menores franciscanos, y estaban influenciados por el teólogo más importante de la orden, san Buenaventura, que afirmaba que el corazón y el sentimiento era más potente para aproximarse a Dios que la fría razón.
CONTROL: CD 1. 2 plano principal y fin Pedro
Duns Scoto Fue un teólogo escocés de la orden franciscana, formado en Cambridge, Oxford y París, y profesor en estas dos últimas universidades, cuyas sutilezas en el análisis le valió el sobrenombre de “Doctor Sutil”.
Entre sus obras destacan Ordinatio (Opus oxoniense) y Reportata parisiensa (Opus parisiense).
Duns Scoto afirmaba, contra gran parte la tradición anterior, que hay que conceder una primacía a los datos que nos proporcionan los sentidos en orden a conseguir acceder a la verdad. Para Duns Scoto, la razón debe limitarse a lo que puede observarse, y no tiene excesivas competencias en el terreno de la fe. Pese a esto, Scoto no negaba que pudiera hablarse racionalmente de la deidad, pero lo hacía dando un rodeo. La razón ayuda a la fe, aunque a Dios sólo se lo puede alcanzar por el camino de la fe.
Del agustinismo mantiene la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (voluntarismo). Según él, la voluntad no tiende necesariamente al bien como postulaba Tomás de Aquino, sino que la esencia de la voluntad es la libertad, y precisamente por ello la voluntad es más perfecta que el entendimiento y superior a él, ya que el entendimiento no es libre para asentir o disentir de las verdades que capta. El entendimiento es una potencia natural, pero la voluntad no lo es.
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Guillermo de Ockham, al que llegaron a apodar Doctor Invencible (Doctor Invincibilis), había nacido en el año 1285 en Ockham (Inglaterra) y llegaría a ser el mayor rival de las escuelas tomista y escotista.
Pertenecía a la orden de los franciscanos, que como otras órdenes mendicantes tenían como misión contrarrestar las herejías de aquél entonces por medio de la predicación, la enseñanza y los ejemplos de austeridad. Lo mismo ocurría con la orden de los dominicos, la diferencia es que los dominicos siempre habían sido reconocidos como predicadores muy entregados, y por estar en contra de cualquier variación en las enseñanzas de la Iglesia católica. Por eso, y su preparación, les fue confiada la misión de supervisar la Inquisición.
Por su parte, la orden de los franciscanos empezó siendo un grupo de doce en torno a la figura de Francisco de Asís, que había dedicado su vida a predicar, a servir y a vivir en pobreza. Éstos se dirigieron hasta Roma, buscando la bendición del Papa, que por aquel entonces llevaba el nombre de Inocencio III. Con la bendición papal, a condición de que se hicieran clérigos y eligieran a un superior, quedó establecida esta orden; y como una forma de imitar a Jesucristo, iniciaron una vida de predicaciones y de pobreza voluntaria. A medida que fue pasando el tiempo la orden aumentó, igualando en influencia a los dominicos.
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Moisés
En Inglaterra, los franciscanos manejaban muchos de los cargos dentro de las universidades, y aquí es donde volvemos a encontrarnos con Ockham.
Ockham estudió y enseñó en la Universidad de Oxford, desde 1309 hasta 1319, en que fue retirado por orden del Papa de Avignón Juan XXII acusado de impartir enseñanzas peligrosas. En 1323, un antiguo canciller de Oxford, John Lutterell, llevó a Avignón una lista con 56 proposiciones tomadas de una versión de los Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo que había realizado Ockham. Lutterell exigía que se declarasen heréticas. Se organizó una comisión destinada a juzgar el asunto, lo que obligó a Ockham a comparecer ante Santa Sede en Avignón, a donde llegó con una nueva versión del comentario. Ockham permaneció allí, en arresto domiciliario, alrededor de cuatro años (desde el año 1324 hasta el año 1328), mientras se sometía a examen la ortodoxia de sus escritos. Durante el proceso algunas de las opiniones de Ockham fueron condenadas por heréticas, otras por erróneas.
Entre tanto, en 1327, llegaba también a Avignón el franciscano Miguel de Cesena, requerido por Juan XXII, para dar cuenta de sus ataques a la institución pontificia en torno al asunto de la pobreza. En esta controversia también intervino Ockham.
Conscientes del peligro que se avecinaba huyeron a Munich, un día de mayo del año 1328, junto con Bonagratia de Bérgamo, influyente teórico ideal de la pobreza franciscana, y Francisco Alcoli. En Munich se acogieron a la protección del emperador del Sacro Imperio Germánico, Luis IV de Baviera, quien había rechazado la autoridad pontificia en asuntos políticos. Los cuatro refugiados fueron expulsados del seno de la Iglesia, y excomulgados.
Célebre es la anécdota que a este respecto se cuenta, en la que Ockham ya ante Luis IV le dijo: defiéndeme con la espada que yo te defenderé con la pluma. Bajo la protección de Luis IV, Ockham escribió contra el papado a lo largo de tres pontificados de Avignón, propugnando la separación de la Iglesia y el Estado, de manera que la respectiva autoridad de cada uno no estuviese subordinada a la del otro, aunque cada uno de ellos pudiese interferir con el otro con ocasión de una crisis grave.
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Chema
[Las relaciones entre Iglesia y Estado en tiempos de Ockham]
La caracterización del señorío de Dios como Reino, presente en la teología cristiana implica problemas al intentar definir la naturaleza de ese reino, pero también problemas políticos, de competencia con otros reinos y reyes ya existentes. Con el paso de los años, la secta judía que fue ésta de los seguidores del cristo, llegaría a convertirse en religión oficial del Imperio Romano, quedaron atrás las persecuciones y los martirios de los primeros tiempos.
El enfrentamiento por la supremacía era inevitable: en el siglo IV Ambrosio de Milán –S. Ambrosio- había declarado que el emperador se hallaba dentro de la Iglesia y no por encima de ella. Textos del Nuevo Testamento, en especial de Pablo de Tarso, afirman que el príncipe no sostenía la espada sin razón. Esa razón para que el príncipe sostuviera la espada sería su deber de contribuir a la realización del plan divino sobre la tierra, es decir, la tarea del gobernante secular no tenía carácter autónomo, sino que se hallaba supeditada a los intereses de la Iglesia, con el Papa a la cabeza. De estos textos se servía el papa Gelasio (492-496) para proclamar su autoridad, mientras que al emperador le correspondía velar por la ejecución de lo establecido por la superioridad papal.
En la primera mitad del siglo VIII, oportunamente, aparecería un documento de vital importancia, y que es conocido como la Concesión de Constantino, en la que se dice cómo Constantino, convertido a la fe cristiana, curado de la lepra y bautizado por el papa Silvestre, agradecido, cede todos los territorios occidentales de Roma a la Iglesia cristiana, al tiempo que declaraba la supremacía de la Iglesia de Roma sobre el resto de las Iglesias del orbe (eso incluía los patriarcados orientales). Constantino, antes de retirarse a Constantinopla, cedió al Papa todos sus honores imperiales, traspasándole las insignias y símbolos que le acreditaban como emperador (de la Roma Occidental):
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Pedro
Pero llegó Carlomagno, quien aconsejado por Alcuino de York, pretendió establecer el Reino celestial en la tierra, mientras que él ostentaba el papel de Emperador-Vicario del cristo al ser coronado por el propio León III. Él tenía, entonces, la suma potestad de atar y desatar, convocar concilios, nombrar o deponer jerarcas eclesiásticos. Pero, al mismo tiempo, aceptaba la máxima autoridad del obispo de Roma en materia de fe. Y este sería el resquicio por el que tiempo después habrían de encontrar salida las pretensiones papales, pues el hecho de conservar la primacía con respecto a la definición del dogma podía llevar, en un Imperio que se decía y se quería cristiano, a modificar la ley en asuntos de trascendencia, así como exigir al emperador actuaciones determinadas.
Mediante la institución de la inquisición (1231) el Papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y su declarado rechazo de las ambiciones mundanas.
Clemente V, tras su elección en 1305, rehusó trasladarse a Italia, asentando su residencia en Avignón. Con ello se abre una época en la que la supremacía de la Iglesia comienza a cuestionarse más. A este respecto, uno de los autores más conocido fue Marsilio de Padua, teólogo italiano y rector de la Universidad de París quien, en su Defensor Pacis de 1324, mostró la necesidad de una autonomía completa del Estado, así como el predominio de éste sobre la Iglesia.
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Esta es la situación en la que vive, piensa y escribe Guillermo de Ockham, llevado ante la Santa Sede de Avignón para ser juzgado, de donde huyó en mayo de 1328, junto con los otros franciscanos, que se acogieron al amparo de Luis de Baviera (como Marsilio de Padua). Bajo su protección, Ockham redactó sus obras políticas contra todos los papas que ocuparon el trono en Avignón: Juan XXII, Benedicto XII y Clemente VI.
[El planteamiento político de Guillermo de Ockham]
Ockham es el mayor adversario, en su tiempo, de la supremacía del Papado. Trata de reivindicar, contra el absolutismo papal, la libertad de la conciencia religiosa y de la investigación filosófica. La ley del cristo es, según Ockham, ley de libertad. Al Papado no le pertenece el poder absoluto en materia espiritual ni en materia política. El poder papal es ministrativus, no dominativus: fue instituido para provecho de los súbditos, no para que les fuese quitada a ellos la libertad que la ley del cristo vino más bien a perfeccionar. Ni el Papa ni el concilio tienen autoridad para establecer verdades que todos los fieles deban aceptar. Ya que la infalibilidad del magisterio religioso pertenece solamente a la Iglesia, que es “la multitud de todos los católicos que hubo desde los tiempos de los profetas y apóstoles hasta ahora”. La Iglesia es la libre comunidad de los fieles, que reconoce y sanciona, en el curso de su tradición histórica, las verdades que constituyen su vida y su fundamento.
La Iglesia es una comunidad histórica, que vive como tradición ininterrumpida a través de los siglos, y en esta tradición refuerza y enriquece el patrimonio de sus verdades fundamentales. El Papa, en soledad, puede equivocarse y caer en herejías; también puede incurrir en herejías el concilio, que está formado por hombres falibles, pero no puede caer en herejías aquella comunidad universal que no puede ser disuelta por ninguna voluntad humana y que, según la palabra del cristo, durará hasta el fin de los siglos.
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Moisés
Ockham también recurre a otros argumentos como la autoridad reconocida de Padres de la Iglesia como Orígenes, de cuyos textos extrae la misma conclusión: que el Papa no tiene la plenitud de poder. Ockham recurre a Ambrosio de Milán: «Cristo no es la imagen de César. Es imagen de Dios. Tampoco Pedro es imagen del César, pues dijo “dejamos todas las cosas y te hemos seguido”».
San Jerónimo pedía que los obispos fuesen sacerdotes, no señores; y S. Agustín atribuía los derechos civiles a un asunto de los reyes. También recuerda que S. Bernardo, en su día, había criticado al papa Eugenio por suceder a Constantino más que a Pedro.
Dirá Ockham que los derechos de los monarcas y los emperadores, así como los de los demás fieles e infieles, existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica, por lo que el Papa no puede alterarlos a voluntad. Así recuerda las palabras de Juan Crisóstomo: «No hemos de deliberar nosotros acerca del gobierno de los soldados ni del reino terrenal. Nuestro deber es conseguir las virtudes de los ángeles». Pero el poder de dar leyes y derechos, que estuvo primera y principalmente en el pueblo, fue traspasado al emperador. De esta afirmación también se sigue la oposición al poder papal, que no le ha concedido su pueblo ni Dios, pues según Ockham «a todos los mortales les viene de Dios y de la naturaleza el nacer libres y el no estar sujetos por derecho a ningún otro. Por lo mismo, puede espontáneamente elegir a quien les gobierna».
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Pedro
Guillermo de Ockham proclama sin cesar la independencia del emperador, que no necesita confirmación pontificia. Rechaza, por no tener fundamento, los derechos que podrían derivarse de la falsa donación de Constantino o los que podrían basarse en la coronación del emperador por el Papa, porque rechaza que el reino del cristo se pueda ejercer sobre los bienes temporales. Jesús, según los evangelios, eligió no tener derecho alguno de propiedad sobre las cosas y los seres, y por esta razón el papado no puede tenerlo sobre los reinos.
Y es que el Papa no ha podido heredar del cristo la condición de rey temporal, puesto que jamás lo fue. Él mismo había afirmado delante de Pilato, según recogen las Escrituras, que su reino no era de este mundo; así que las únicas llaves que pudo entregar a Pedro fueron las que abrían las puertas del Reino de los Cielos.
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Chema
Con la elección de Clemente VI como Papa, y tras la muerte de Miguel de Cesena y de Luis de Baviera, Ockham intentó lograr una reconciliación, pero el perdón se retrasó y murió, probablemente de peste negra, antes de que esta reconciliación se produjera.
A Ockham nunca se le otorgó el título de magister ni el de Doctor en Teología (por eso también se le llama venerable principiante, iniciador, Venerabilis Inceptor) a causa de su nominalismo, el otro gran tema por el que se le conoce en la historia del pensamiento.
Aun así, a pesar de aquella falta de reconocimiento, fruto de su mala relación con el papado, el pensamiento de Ockham ejerció una enorme influencia y abrió el camino de lo que se considera la vía moderna del pensamiento -los seguidores de Ockham y los círculos occamistas se autodenominaron “moderni”-. Sin embargo, nada de esto se haría fácilmente comprensible si antes no tratamos de exponer el acontecimiento que determina todo su pensamiento, y el de la época: la condena de 1277.
[La condena de 1277.]
Ese año, el obispo de París, Etienne Tempier, confirmando condenas anteriores cuando era rector de la Universidad (1270), rechaza y excomulga a quienes enseñen doctrinas paganas y contrarias a la Iglesia amparándose en la teoría de la doble verdad o el aristotelismo. Once días después se produce una condena semejante por parte del arzobispo de Canterbury, en la que se hace más explícito el ataque contra los tomistas.
Se ha visto también en la condena de 1277 el origen de las más variadas actitudes intelectuales. Se adquirió la conciencia de que la verdad aristotélica podía tener fisuras, lo que pudo impulsar a modificarla (sobre todo en física). A pesar de ello, el siglo XIV conoció firmes defensores del aristotelismo, bien bajo la forma de tomismo, esto es, concordancia entre la verdad revelada y la verdad filosófica, bien bajo la forma del averroísmo, que separaba ambas verdades, con caminos independientes entre sí.
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Moisés
En el texto de la condena de 1270 aparecen con claridad las tesis combatidas a los averroístas (eternidad del mundo, del movimiento y del tiempo, la negación del alma inmortal humana, la negación del libre albedrío, afirmación de la providencia divina sobre la especie y no sobre el hombre individual, etc.). Pero en el texto de 1277 aparecen todas las ideas revueltas, sin orden, de forma confusa y mezclando doctrinas, autores, etc. En realidad, el Papa había pedido exclusivamente a Tempier que hiciera un catálogo de los errores que circulaban por la Universidad de París. Finalmente, la condena es un conglomerado de 219 tesis, de las que no se sabe ni quiénes son sus sustentadores, ni a qué escuela precisa corresponden: unas son de Tomás de Aquino, otras de Averroes, otras de los averroístas, otras de los avicenistas, otras extraídas de libros no filosóficos, etc. En fin, el infortunado obispo hizo un cajón de sastre de todo lo que oyó, pensó o inventó. Incluso algunas opiniones se remontan a Heráclito, el estoicismo, el epicureismo, etc.
La condena de 1277 también suponía un impedimento al intento de síntesis que Tomás de Aquino pretendía entre el cristianismo y la filosofía de Aristóteles. En esta polémica terminó –al principio– triunfando la postura agustiniana. Desde ahora la fe y la razón, la teología y la ciencia, la filosofía y la ciencia, son situadas en planos diferentes e irreconciliables. La filosofía y el cristianismo quedan situados como dos sistemas que no admiten síntesis alguna. Sin embargo, esta condena tuvo una influencia insospechada: consiguió, en primer lugar, sembrar el desconcierto y la desconfianza en la razón filosófica; pero también dio origen a un espíritu de crítica que se iniciará con Ockham y se desarrollará a lo largo del siglo XIV en París y Oxford.
Además, la condena de 1277 tuvo otras consecuencias: los agustinianos se vieron reforzados por un platonismo difuso; en segundo lugar, queda patente la primacía de la verdad revelada y la acomodación a ella de los restantes conocimientos alcanzados por el hombre. Y esto indudablemente afecta a la noción sobre la divinidad.
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Pedro
Los temas que podemos comentar al hilo de lo que hemos escuchado:
La separación de poderes y la separación de creencias.
La política como instrumento en la ruptura entre la razón y la fé.
Las discusiones teológicas que dividen y la defensa de la tradición.
(comienza el diálogo)
(2) ¿Qué nos dice a nosotros, amigos de la sabiduría, en este siglo XXI?
Para los cortes
CONTROL CD 1. 6 Plano principal y fin.
CUANDO FALTEN 30 SEGUNDOS PARA ACABAR
CONTROL CD 1. 7 fondo y subiendo
El tiempo se nos ha acabado por hoy, gracias Moisés, gracias Chema - gracias Mercedes
El próximo viernes Dios mediante volveremos a este rincón de la historia de la filosofía con: OCKHAM II
Feliz fin de semana.
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pedro
Muy buenas tardes. Son las … Comenzamos otro programa de el filósofo en la historia
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Moisés Pérez Marcos…. (buenas tardes, Moisés)
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Gracias, siempre, a la Asociación Aula Pública, que nos cede este espacio, a Radio Laguna.
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[El Nominalismo y la ciencia del siglo XIV]
El siglo XIV fue un período caracterizado por una seria crisis, manifestada en la secularización del sistema político europeo.
Las nacionalidades que surgen ponen en duda el poder del Papa esto dará lugar a conflictos destacados como los sucedidos entre Felipe IV con Bonifacio VIII y Juan XXII con Luis de Baviera. Es también característico de este período la proliferación de nuevas universidades, con una mayor afluencia de estudiantes que provienen de la clase burguesa y no sólo de la clase noble.
Juan Duns Scoto y Guillermo de Ockham son las dos figuras más destacadas de la época. Ellos realizarán una severa crítica del camino de la filosofía emprendido hasta su tiempo. Los dos eran ingleses y estaban influidos por el empirismo de Roger Bacon Además, los dos pertenecían a la orden de los mendicantes menores franciscanos, y estaban influenciados por el teólogo más importante de la orden, san Buenaventura, que afirmaba que el corazón y el sentimiento era más potente para aproximarse a Dios que la fría razón.
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Duns Scoto Fue un teólogo escocés de la orden franciscana, formado en Cambridge, Oxford y París, y profesor en estas dos últimas universidades, cuyas sutilezas en el análisis le valió el sobrenombre de “Doctor Sutil”.
Entre sus obras destacan Ordinatio (Opus oxoniense) y Reportata parisiensa (Opus parisiense).
Duns Scoto afirmaba, contra gran parte la tradición anterior, que hay que conceder una primacía a los datos que nos proporcionan los sentidos en orden a conseguir acceder a la verdad. Para Duns Scoto, la razón debe limitarse a lo que puede observarse, y no tiene excesivas competencias en el terreno de la fe. Pese a esto, Scoto no negaba que pudiera hablarse racionalmente de la deidad, pero lo hacía dando un rodeo. La razón ayuda a la fe, aunque a Dios sólo se lo puede alcanzar por el camino de la fe.
Del agustinismo mantiene la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (voluntarismo). Según él, la voluntad no tiende necesariamente al bien como postulaba Tomás de Aquino, sino que la esencia de la voluntad es la libertad, y precisamente por ello la voluntad es más perfecta que el entendimiento y superior a él, ya que el entendimiento no es libre para asentir o disentir de las verdades que capta. El entendimiento es una potencia natural, pero la voluntad no lo es.
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Guillermo de Ockham, al que llegaron a apodar Doctor Invencible (Doctor Invincibilis), había nacido en el año 1285 en Ockham (Inglaterra) y llegaría a ser el mayor rival de las escuelas tomista y escotista.
Pertenecía a la orden de los franciscanos, que como otras órdenes mendicantes tenían como misión contrarrestar las herejías de aquél entonces por medio de la predicación, la enseñanza y los ejemplos de austeridad. Lo mismo ocurría con la orden de los dominicos, la diferencia es que los dominicos siempre habían sido reconocidos como predicadores muy entregados, y por estar en contra de cualquier variación en las enseñanzas de la Iglesia católica. Por eso, y su preparación, les fue confiada la misión de supervisar la Inquisición.
Por su parte, la orden de los franciscanos empezó siendo un grupo de doce en torno a la figura de Francisco de Asís, que había dedicado su vida a predicar, a servir y a vivir en pobreza. Éstos se dirigieron hasta Roma, buscando la bendición del Papa, que por aquel entonces llevaba el nombre de Inocencio III. Con la bendición papal, a condición de que se hicieran clérigos y eligieran a un superior, quedó establecida esta orden; y como una forma de imitar a Jesucristo, iniciaron una vida de predicaciones y de pobreza voluntaria. A medida que fue pasando el tiempo la orden aumentó, igualando en influencia a los dominicos.
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Moisés
En Inglaterra, los franciscanos manejaban muchos de los cargos dentro de las universidades, y aquí es donde volvemos a encontrarnos con Ockham.
Ockham estudió y enseñó en la Universidad de Oxford, desde 1309 hasta 1319, en que fue retirado por orden del Papa de Avignón Juan XXII acusado de impartir enseñanzas peligrosas. En 1323, un antiguo canciller de Oxford, John Lutterell, llevó a Avignón una lista con 56 proposiciones tomadas de una versión de los Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo que había realizado Ockham. Lutterell exigía que se declarasen heréticas. Se organizó una comisión destinada a juzgar el asunto, lo que obligó a Ockham a comparecer ante Santa Sede en Avignón, a donde llegó con una nueva versión del comentario. Ockham permaneció allí, en arresto domiciliario, alrededor de cuatro años (desde el año 1324 hasta el año 1328), mientras se sometía a examen la ortodoxia de sus escritos. Durante el proceso algunas de las opiniones de Ockham fueron condenadas por heréticas, otras por erróneas.
Entre tanto, en 1327, llegaba también a Avignón el franciscano Miguel de Cesena, requerido por Juan XXII, para dar cuenta de sus ataques a la institución pontificia en torno al asunto de la pobreza. En esta controversia también intervino Ockham.
Conscientes del peligro que se avecinaba huyeron a Munich, un día de mayo del año 1328, junto con Bonagratia de Bérgamo, influyente teórico ideal de la pobreza franciscana, y Francisco Alcoli. En Munich se acogieron a la protección del emperador del Sacro Imperio Germánico, Luis IV de Baviera, quien había rechazado la autoridad pontificia en asuntos políticos. Los cuatro refugiados fueron expulsados del seno de la Iglesia, y excomulgados.
Célebre es la anécdota que a este respecto se cuenta, en la que Ockham ya ante Luis IV le dijo: defiéndeme con la espada que yo te defenderé con la pluma. Bajo la protección de Luis IV, Ockham escribió contra el papado a lo largo de tres pontificados de Avignón, propugnando la separación de la Iglesia y el Estado, de manera que la respectiva autoridad de cada uno no estuviese subordinada a la del otro, aunque cada uno de ellos pudiese interferir con el otro con ocasión de una crisis grave.
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[Las relaciones entre Iglesia y Estado en tiempos de Ockham]
La caracterización del señorío de Dios como Reino, presente en la teología cristiana implica problemas al intentar definir la naturaleza de ese reino, pero también problemas políticos, de competencia con otros reinos y reyes ya existentes. Con el paso de los años, la secta judía que fue ésta de los seguidores del cristo, llegaría a convertirse en religión oficial del Imperio Romano, quedaron atrás las persecuciones y los martirios de los primeros tiempos.
El enfrentamiento por la supremacía era inevitable: en el siglo IV Ambrosio de Milán –S. Ambrosio- había declarado que el emperador se hallaba dentro de la Iglesia y no por encima de ella. Textos del Nuevo Testamento, en especial de Pablo de Tarso, afirman que el príncipe no sostenía la espada sin razón. Esa razón para que el príncipe sostuviera la espada sería su deber de contribuir a la realización del plan divino sobre la tierra, es decir, la tarea del gobernante secular no tenía carácter autónomo, sino que se hallaba supeditada a los intereses de la Iglesia, con el Papa a la cabeza. De estos textos se servía el papa Gelasio (492-496) para proclamar su autoridad, mientras que al emperador le correspondía velar por la ejecución de lo establecido por la superioridad papal.
En la primera mitad del siglo VIII, oportunamente, aparecería un documento de vital importancia, y que es conocido como la Concesión de Constantino, en la que se dice cómo Constantino, convertido a la fe cristiana, curado de la lepra y bautizado por el papa Silvestre, agradecido, cede todos los territorios occidentales de Roma a la Iglesia cristiana, al tiempo que declaraba la supremacía de la Iglesia de Roma sobre el resto de las Iglesias del orbe (eso incluía los patriarcados orientales). Constantino, antes de retirarse a Constantinopla, cedió al Papa todos sus honores imperiales, traspasándole las insignias y símbolos que le acreditaban como emperador (de la Roma Occidental):
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Pero llegó Carlomagno, quien aconsejado por Alcuino de York, pretendió establecer el Reino celestial en la tierra, mientras que él ostentaba el papel de Emperador-Vicario del cristo al ser coronado por el propio León III. Él tenía, entonces, la suma potestad de atar y desatar, convocar concilios, nombrar o deponer jerarcas eclesiásticos. Pero, al mismo tiempo, aceptaba la máxima autoridad del obispo de Roma en materia de fe. Y este sería el resquicio por el que tiempo después habrían de encontrar salida las pretensiones papales, pues el hecho de conservar la primacía con respecto a la definición del dogma podía llevar, en un Imperio que se decía y se quería cristiano, a modificar la ley en asuntos de trascendencia, así como exigir al emperador actuaciones determinadas.
Mediante la institución de la inquisición (1231) el Papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y su declarado rechazo de las ambiciones mundanas.
Clemente V, tras su elección en 1305, rehusó trasladarse a Italia, asentando su residencia en Avignón. Con ello se abre una época en la que la supremacía de la Iglesia comienza a cuestionarse más. A este respecto, uno de los autores más conocido fue Marsilio de Padua, teólogo italiano y rector de la Universidad de París quien, en su Defensor Pacis de 1324, mostró la necesidad de una autonomía completa del Estado, así como el predominio de éste sobre la Iglesia.
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Esta es la situación en la que vive, piensa y escribe Guillermo de Ockham, llevado ante la Santa Sede de Avignón para ser juzgado, de donde huyó en mayo de 1328, junto con los otros franciscanos, que se acogieron al amparo de Luis de Baviera (como Marsilio de Padua). Bajo su protección, Ockham redactó sus obras políticas contra todos los papas que ocuparon el trono en Avignón: Juan XXII, Benedicto XII y Clemente VI.
[El planteamiento político de Guillermo de Ockham]
Ockham es el mayor adversario, en su tiempo, de la supremacía del Papado. Trata de reivindicar, contra el absolutismo papal, la libertad de la conciencia religiosa y de la investigación filosófica. La ley del cristo es, según Ockham, ley de libertad. Al Papado no le pertenece el poder absoluto en materia espiritual ni en materia política. El poder papal es ministrativus, no dominativus: fue instituido para provecho de los súbditos, no para que les fuese quitada a ellos la libertad que la ley del cristo vino más bien a perfeccionar. Ni el Papa ni el concilio tienen autoridad para establecer verdades que todos los fieles deban aceptar. Ya que la infalibilidad del magisterio religioso pertenece solamente a la Iglesia, que es “la multitud de todos los católicos que hubo desde los tiempos de los profetas y apóstoles hasta ahora”. La Iglesia es la libre comunidad de los fieles, que reconoce y sanciona, en el curso de su tradición histórica, las verdades que constituyen su vida y su fundamento.
La Iglesia es una comunidad histórica, que vive como tradición ininterrumpida a través de los siglos, y en esta tradición refuerza y enriquece el patrimonio de sus verdades fundamentales. El Papa, en soledad, puede equivocarse y caer en herejías; también puede incurrir en herejías el concilio, que está formado por hombres falibles, pero no puede caer en herejías aquella comunidad universal que no puede ser disuelta por ninguna voluntad humana y que, según la palabra del cristo, durará hasta el fin de los siglos.
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Moisés
Ockham también recurre a otros argumentos como la autoridad reconocida de Padres de la Iglesia como Orígenes, de cuyos textos extrae la misma conclusión: que el Papa no tiene la plenitud de poder. Ockham recurre a Ambrosio de Milán: «Cristo no es la imagen de César. Es imagen de Dios. Tampoco Pedro es imagen del César, pues dijo “dejamos todas las cosas y te hemos seguido”».
San Jerónimo pedía que los obispos fuesen sacerdotes, no señores; y S. Agustín atribuía los derechos civiles a un asunto de los reyes. También recuerda que S. Bernardo, en su día, había criticado al papa Eugenio por suceder a Constantino más que a Pedro.
Dirá Ockham que los derechos de los monarcas y los emperadores, así como los de los demás fieles e infieles, existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica, por lo que el Papa no puede alterarlos a voluntad. Así recuerda las palabras de Juan Crisóstomo: «No hemos de deliberar nosotros acerca del gobierno de los soldados ni del reino terrenal. Nuestro deber es conseguir las virtudes de los ángeles». Pero el poder de dar leyes y derechos, que estuvo primera y principalmente en el pueblo, fue traspasado al emperador. De esta afirmación también se sigue la oposición al poder papal, que no le ha concedido su pueblo ni Dios, pues según Ockham «a todos los mortales les viene de Dios y de la naturaleza el nacer libres y el no estar sujetos por derecho a ningún otro. Por lo mismo, puede espontáneamente elegir a quien les gobierna».
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Pedro
Guillermo de Ockham proclama sin cesar la independencia del emperador, que no necesita confirmación pontificia. Rechaza, por no tener fundamento, los derechos que podrían derivarse de la falsa donación de Constantino o los que podrían basarse en la coronación del emperador por el Papa, porque rechaza que el reino del cristo se pueda ejercer sobre los bienes temporales. Jesús, según los evangelios, eligió no tener derecho alguno de propiedad sobre las cosas y los seres, y por esta razón el papado no puede tenerlo sobre los reinos.
Y es que el Papa no ha podido heredar del cristo la condición de rey temporal, puesto que jamás lo fue. Él mismo había afirmado delante de Pilato, según recogen las Escrituras, que su reino no era de este mundo; así que las únicas llaves que pudo entregar a Pedro fueron las que abrían las puertas del Reino de los Cielos.
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Chema
Con la elección de Clemente VI como Papa, y tras la muerte de Miguel de Cesena y de Luis de Baviera, Ockham intentó lograr una reconciliación, pero el perdón se retrasó y murió, probablemente de peste negra, antes de que esta reconciliación se produjera.
A Ockham nunca se le otorgó el título de magister ni el de Doctor en Teología (por eso también se le llama venerable principiante, iniciador, Venerabilis Inceptor) a causa de su nominalismo, el otro gran tema por el que se le conoce en la historia del pensamiento.
Aun así, a pesar de aquella falta de reconocimiento, fruto de su mala relación con el papado, el pensamiento de Ockham ejerció una enorme influencia y abrió el camino de lo que se considera la vía moderna del pensamiento -los seguidores de Ockham y los círculos occamistas se autodenominaron “moderni”-. Sin embargo, nada de esto se haría fácilmente comprensible si antes no tratamos de exponer el acontecimiento que determina todo su pensamiento, y el de la época: la condena de 1277.
[La condena de 1277.]
Ese año, el obispo de París, Etienne Tempier, confirmando condenas anteriores cuando era rector de la Universidad (1270), rechaza y excomulga a quienes enseñen doctrinas paganas y contrarias a la Iglesia amparándose en la teoría de la doble verdad o el aristotelismo. Once días después se produce una condena semejante por parte del arzobispo de Canterbury, en la que se hace más explícito el ataque contra los tomistas.
Se ha visto también en la condena de 1277 el origen de las más variadas actitudes intelectuales. Se adquirió la conciencia de que la verdad aristotélica podía tener fisuras, lo que pudo impulsar a modificarla (sobre todo en física). A pesar de ello, el siglo XIV conoció firmes defensores del aristotelismo, bien bajo la forma de tomismo, esto es, concordancia entre la verdad revelada y la verdad filosófica, bien bajo la forma del averroísmo, que separaba ambas verdades, con caminos independientes entre sí.
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Moisés
En el texto de la condena de 1270 aparecen con claridad las tesis combatidas a los averroístas (eternidad del mundo, del movimiento y del tiempo, la negación del alma inmortal humana, la negación del libre albedrío, afirmación de la providencia divina sobre la especie y no sobre el hombre individual, etc.). Pero en el texto de 1277 aparecen todas las ideas revueltas, sin orden, de forma confusa y mezclando doctrinas, autores, etc. En realidad, el Papa había pedido exclusivamente a Tempier que hiciera un catálogo de los errores que circulaban por la Universidad de París. Finalmente, la condena es un conglomerado de 219 tesis, de las que no se sabe ni quiénes son sus sustentadores, ni a qué escuela precisa corresponden: unas son de Tomás de Aquino, otras de Averroes, otras de los averroístas, otras de los avicenistas, otras extraídas de libros no filosóficos, etc. En fin, el infortunado obispo hizo un cajón de sastre de todo lo que oyó, pensó o inventó. Incluso algunas opiniones se remontan a Heráclito, el estoicismo, el epicureismo, etc.
La condena de 1277 también suponía un impedimento al intento de síntesis que Tomás de Aquino pretendía entre el cristianismo y la filosofía de Aristóteles. En esta polémica terminó –al principio– triunfando la postura agustiniana. Desde ahora la fe y la razón, la teología y la ciencia, la filosofía y la ciencia, son situadas en planos diferentes e irreconciliables. La filosofía y el cristianismo quedan situados como dos sistemas que no admiten síntesis alguna. Sin embargo, esta condena tuvo una influencia insospechada: consiguió, en primer lugar, sembrar el desconcierto y la desconfianza en la razón filosófica; pero también dio origen a un espíritu de crítica que se iniciará con Ockham y se desarrollará a lo largo del siglo XIV en París y Oxford.
Además, la condena de 1277 tuvo otras consecuencias: los agustinianos se vieron reforzados por un platonismo difuso; en segundo lugar, queda patente la primacía de la verdad revelada y la acomodación a ella de los restantes conocimientos alcanzados por el hombre. Y esto indudablemente afecta a la noción sobre la divinidad.
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Pedro
Los temas que podemos comentar al hilo de lo que hemos escuchado:
La separación de poderes y la separación de creencias.
La política como instrumento en la ruptura entre la razón y la fé.
Las discusiones teológicas que dividen y la defensa de la tradición.
(comienza el diálogo)
(2) ¿Qué nos dice a nosotros, amigos de la sabiduría, en este siglo XXI?
Para los cortes
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CUANDO FALTEN 30 SEGUNDOS PARA ACABAR
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El tiempo se nos ha acabado por hoy, gracias Moisés, gracias Chema - gracias Mercedes
El próximo viernes Dios mediante volveremos a este rincón de la historia de la filosofía con: OCKHAM II
Feliz fin de semana.
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1 comentario:
Hola amigos:
He descubierto vuestro blog por casualidad y he disfrutado mucho escuchándoos a través de los archivos de audio publicados en el espacio web personal de Pedro. Quiero mandaros mi más sincera felicitación por vuestro trabajo, que sigo con entusiasmo, y me permito haceros una sugerencia para mejorar la difusión de vuestro programa: sería perfecto que subiérais todos los archivos de audio de todos los programas a divshare.com, booMP3 o algún otro servicio de almacenamiento de documentos en línea, y que incluyérais en cada entrada de este blog, además del guión del programa, el programa mismo incrustado en un reproductor flash que proporciona el mismo servicio gratuito de divshare o booMP3.
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Un saludo cordial, y ¡a seguir con el trabajo bien hecho!
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